La casa en la que crecí tiene en uno de sus laterales un amplio patio interior a doble altura que conecta la segunda planta, donde están las habitaciones principales, con la tercera, la cual contiene un espacio abierto y habitaciones extra. Con los años, y a pesar de no estar concebido en el proyecto inicial, la temperatura y los problemas con la lluvia llevaron a que por necesidad se cubriera el patio con un techo retráctil de policarbonato, creando un pequeño invernadero. Ésto no sólo solucionó el problema, sino que generó un nuevo espacio que cambió por completo la forma en que la casa era utilizada.
Este breve texto personal sirve de introducción para hacer un recorrido por algunas de las obras realizadas por el estudio «Lacaton y Vassal», entendiendo cómo trabajan desde el diseño y buscando qué aspectos tratan valores de sostenibilidad en su arquitectura.
Los primeros trabajos de Anne Lacaton y Jean Philippe Vassal
El primer encargo que recibió la joven pareja al terminar sus estudios en la Escuela Nacional Superior de Arquitectura de Burdeos fue la reforma de la casa de sus padres. Esto animó a la tía de Jean-Philippe a pedirles una pequeña reforma para la suya, una casa modesta para la que en un principio tenían pensado sencillamente cambiar la fachada por otra de chapa. Sin embargo, hubo bastantes problemas para conseguir la licencia necesaria y descartaron la idea para acabar proyectando un invernadero que sirviera de distribuidor para todas las habitaciones.
Jean-Philippe había nacido y vivido en Marruecos hasta los doce años y sentía interés por el patio, elemento esencial en la arquitectura árabe, como espacio intermedio entre el interior y el exterior estando a su vez, a diferencia de otras culturas, más en relación con el interior. El arquitecto cuenta que cuando se mudó a Francia sintió que allí hacía un frío glacial por lo que los invernaderos, junto con la vegetación que suele acompañarlos, le atraían especialmente siendo la posibilidad de traer la calidez y luminosidad de su tierra a la vivienda en forma de microclima interior.
Más tarde los arquitectos se mudan a Níger, que en aquellos momentos constituía una neocolonia francesa, donde pasan cinco años (entre 1980 y 1985) diseñando planes de desarrollo urbano. Allí tendrán una de las experiencias que definirán en gran medida su forma de concebir la arquitectura.
En 1984 llevan a cabo el proyecto de una choza a orillas del río Níger, a un kilómetro de la villa de Niamey. Según los arquitectos la búsqueda del lugar idóneo les llevó seis meses, mientras que la construcción solo duró dos días. Se decidió emplazarla sobre una duna, de forma que le permitía tener una ventilación óptima gracias a las corrientes de aire fresco que cruzan la ciudad siguiendo la dirección del río.
El edificio tiene tres partes: la choza de paja trenzada con forma circular, una cerca de paja y madera que resuelve el factor seguridad y una pérgola exterior, tan grande como los dos espacios anteriores, que sirve como vestíbulo desde el que se puede observar el paisaje. Por la noche las luces de la ciudad, situada enfrente, iluminan este mirador. La construcción de esta pérgola supone la adición de un programa extra al estándar de ‘vivienda choza’ que se puede observar en los alrededores de Niamey y conforma un espacio intermedio entre la zona habitable interior y el exterior. Como se verá en los siguientes proyectos, va a ser un factor de vital importancia en el desarrollo de sus conceptos arquitectónicos posteriores.
De las experiencias que vivieron en África interiorizarán algunos valores, como la forma que allí tienen de encarar los problemas sin darles excesiva importancia, lo que les lleva a tomar medidas provisionales y que requieren de ser más ingeniosas. En su época de urbanistas en Níger vieron cómo mucha gente emigraba a las ciudades por el avance de la desertificación y así aparecían numerosas soluciones para la construcción de espacios habitables que priorizaban la continua adaptación al nuevo entorno antes que la necesidad de estabilidad y permanencia de las construcciones occidentales.
La arquitectura económica en tres proyectos
A su vuelta a Francia se establecen en París, donde fundan la oficina Lacaton & Vassal en el año 1987 y con ello empiezan a hacerse un nombre en el mundo de la arquitectura. Las edificaciones unifamiliares tradicionales para familias de recursos limitados no solían interesar a los arquitectos, por lo que los núcleos urbanos estaban llenos de construcciones de baja calidad. Es por ello que la familia Latapie tenía pensado en un principio arreglar el proyecto de su vivienda con un constructor de chalets, pero los problemas con el terreno finalmente les llevaron a contactar con Anne y Jean-Philippe.
En 1992 se hace un primer estudio para lo que será la casa Latapie levantando un invernadero agrícola de plástico sobre una base de 12×9 metros. En el interior de éste hay dos bloques aislados de madera que contienen las habitaciones generando a lo largo de tres niveles aperturas hacia el invernadero, creando terrazas y difuminando el contorno del dentro y el fuera.
El precio estimado de este anteproyecto superaba en 10.000 euros el presupuesto límite de los propietarios así que siguió modificándose hasta presentar en 1993 el proyecto definitivo. Sin embargo, me gusta recalcar este estudio previo pues cuando se exponen trabajos de «arquitectura ecológica» desde una visión puramente técnica puede surgir la cuestión sobre si esta arquitectura tiene patrones estéticos más allá de las cubiertas ajardinadas o las fachadas de paneles fotovoltáicos. La imagen que puede verse en la siguiente maqueta está llena de una belleza que representa, en mi opinión, uno de esos claros patrones que ha transcendido y que treinta años después puede verse reflejado en numerosos proyectos académicos transformados de mil maneras.
En el proyecto definitivo la forma pasa a ser un volumen de planta rectangular y dos alturas montado sobre una sencilla estructura metálica de pilares y vigas IPE-200. En la planta se puede ver cómo la vivienda está dividida en dos partes de igual tamaño, una conformada por los espacios interiores de vivienda y otra por el invernadero. Si consideramos este invernadero como el «extra», resulta que se añade un espacio diáfano para ser colonizado por los inquilinos de la casa que es tan grande como la propia casa. Esto es lo que ya habíamos visto en la choza en Niamey, y es que la astucia en el reciclaje de sus buenas ideas es clave en la formación de su identidad arquitectónica.
La vivienda tiene en planta baja un salón, cocina y garaje y en la superior dos dormitorios. Están distribuidos a través de un núcleo central que contiene los baños y la escalera, por lo que el resto de estancias están delimitadas inmaterialmente o a través de puertas abatibles, lo que ya optimiza de por sí el ahorro en recursos y construcción.
El volúmen principal está envuelto en el interior por una serie de paneles sándwich de láminas de madera de pino de ocho milímetros con un alma de tres centímetros de aislante. Hoy en día se requeriría un aislante de mayor grosor pero aun así se consiguió un interior térmicamente acondicionado con un bajo coste y un acabado muy estético. Por el lado exterior la fachada principal está revestida con unos paneles de fibrocemento Eternit colocados sobre montantes metálicos que se extienden por la cubierta montándose en perfiles metálicos Multibeam. Estos paneles se abren hacia la entrada con el mismo abatimiento con que lo hacen los del invernadero de la parte posterior, de forma que en un punto la casa puede quedar completamente abierta al exterior.
El invernadero del patio trasero se plantea como un espacio habitable más de la casa, y al resolverse las divisiones con grandes puertas móviles se genera una flexibilidad con la que se pueden extender los espacios de salones y cocina hacia el patio desde el este y hacia la entrada desde el oeste, de forma que los tamaños de las habitaciones varían según el clima y las estaciones del año.
En invierno los espacios se cierran, dejando un salón más íntimo y acogedor. Como la zona exterior del patio pierde funcionalidad el invernadero la recoge sirviendo de patio de invierno, con una temperatura controlada. A su vez, actúa como colchón térmico a las estancias principales manteniendo una temperatura estable sobre los 15-20 grados y protegiendo los dormitorios de la planta alta durante la noche, ya que el aire caliente asciende y se acumula en la parte superior. En verano, el jardín se integra unificando todo el conjunto y la ventilación cruzada refresca la vivienda a través de las grandes aperturas que tiene el invernadero tanto en la parte inferior como en la superior, a través de ventanas abatibles por donde se expulsa el calor concentrado.
Tras el éxito de la casa Latapie los arquitectos reciben más encargos a la vez que siguen participando en concursos, y es en 1997 cuando una familia autopromotora les encarga una casa de campo en Dordoña, junto a un río bordeado de álamos. Las diferentes características del solar hacen que el objetivo aquí se convierta en abrirse a este mundo natural a la vez que se resuelven interiormente las necesidades de la familia.
El tamaño alargado de la parcela les lleva a una tipología de casa palo donde las habitaciones dan a las dos fachadas principales, con orientación norte-sur. Por tanto, se decide dividir la casa en dos, a un lado las principales estancias comunitarias (cocina, salones, baño…) y al otro lado los dormitorios y el garaje.
Estas dos zonas se comunican en su punto medio a través del nuevo espacio «extra», un patio de invierno donde la cubierta opaca pasa a tomar la transparencia del policarbonato y que, premeditadamente, es la estancia más grande de la casa, con casi el doble de tamaño que el salón principal. A diferencia de la casa Latapie este invernadero no es un agregado que funciona extendiendo otros espacios sino que está integrado sirviendo como salón distribuidor, lo que recuerda más bien al primer proyecto de la reforma en la casa de la tía de Jean-Philippe del que hablábamos al principio del artículo.
El sistema constructivo sí que es bastante similar al de Latapie, con una estructura metálica que sostiene la cubierta a dos aguas y muros sándwich de madera de pino y relleno aislante. La fachada tiene una piel de puertas transparentes corredizas y una segunda de puertas metálicas de tipo industrial de forma que el conjunto cerrado parece una cámara frigorífica. Estas puertas tienen rendijas para que pueda combinarse el cerrar toda la vivienda, cerrar solo las puertas de vidrio o cerrar solo las metálicas y que el interior siga teniendo una ventilación continua.
La cubierta está formada por placas onduladas de fibrocemento a las que se le añade en ciertos puntos una capa exterior de policarbonato atornillado dejando una pequeña distancia entre capas de forma que, además de proteger, mantiene el aire caliente en el interior creando un efecto horno.
La siguiente vivienda de bajo coste fue la casa Coutras, diseñada en el año 2000, que comparte con la anterior su situación en un terreno agrícola y la forma alargada, estrecha y plana de la parcela. Sin embargo, el sistema es más parecido al visto en Latapie, tratando de llevar sus ideas cada vez un poco más allá.
La casa está compuesta por dos invernaderos agrícolas yuxtapuestos de 150 metros cuadrados construidos con una estructura metálica de perfiles huecos rectangulares. Aquí se ve cómo Lacaton y Vassal no solo no reniegan de sus principios sino que buscan superarse en cuanto a pureza constructiva y arquitectónica, consiguiendo espacios muy grandes a precio reducido.
Añaden un sistema domótico a la cubierta de forma que las aberturas de la parte superior se abran automáticamente en forma de V cuando se detecta una temperatura interior excesiva o se cierren si hay lluvias o fuertes vientos, dando la sensación de que la vivienda tiene respiración propia.
Todas las habitaciones principales se concentran en uno de los invernaderos y éstas pueden extenderse a conveniencia hacia el espacio «extra», un segundo invernadero completamente diáfano que da una versatilidad máxima según el ambiente que se necesite o la época del año. En la fachada se mezclan los paneles transparentes fijos con otros móviles formados por puertas opacas de forma que la fachada puede quedar abierta y los usuarios configurar la relación entre espacios y la opacidad a su gusto.
La fotografía de arquitectura suele recoger la mayor elegancia y sofisticación de los espacios, en ocasiones incluso pecando de presuntuosa y aséptica. Por ello no es fácil de explicar la enorme belleza que envuelve las siguientes imágenes donde, incluso con el suelo lleno de cartones, se aprecia la sensibilidad que aportan Lacaton y Vassal.
En estas secciones de las tres viviendas se ve cómo, aunque siempre trabajan en la misma línea, cada proyecto es estudiado con detalle para experimentar con las distintas formas y configuraciones de los invernaderos.
El Sukiya como síntesis
En la arquitectura tradicional japonesa había tres principales estilos de vivienda antes de que los oscuros navíos del Comodoro Perry aparecieran en el horizonte, obligando a la apertura de Japón al mundo, terminando con el periodo Edo y provocando una occidentalización de sus paradigmas arquitectónicos.
El primero es el estilo Shinden, que se desarrolló desde el siglo IX hasta el XIII y que consistía en la reinterpretación de modelos chinos, donde todos los espacios sirven a uno principal, el llamado shinden, a través de pasarelas o arquitecturas abiertas a medio camino entre el espacio exterior e interior.
Desde el siglo XIII al XVI se desarrolla el estilo Shoin, el cual ya es propiamente japonés y está muy influido por la reunión en un nuevo espacio en torno a la ceremonia del té. Algunos elementos de las casas del té que trascendieron a la vivienda son:
- El uso de shojis para muros exteriores y fusumas en muros interiores, que son puertas corredizas de madera y paneles de papel de arroz con los que se controlaban la transparencia de los espacios. En las tres casas de Lacaton y Vassal se ha visto la influencia de estas paredes compuestas de paneles móviles y los juegos espaciales que se conforman a partir de éstos.
- El tapizado de los suelos a través de los tatami, que son esteras de paja de tamaño estandarizado que crean suelos orgánicos y desmontables. La siguiente fotografía muestra un detalle del interior de la casa en Dordoña, analizada anteriormente, donde puede verse el uso de baldosas de madera colocadas superficialmente con distintas orientaciones en el jardín de invierno.
- Según la ceremonia del té no se podía acceder directamente a la casa (Chasitsu), sino que había un jardín anterior, llamado ‘Roji’, donde todos se reunían para lavarse las manos. Este espacio de transición podría leerse desde el proyecto de la cabaña en Niamey hasta los jardines de invierno de las viviendas francesas.
Por último el estilo Sukiya se estableció entre los siglos XV y XVII y se refería a los edificios que presentaban los elementos del pabellón del té, reglamentados por el monje Sen-no-Rikyu, y que tienen mucho que ver con el momento de descanso y armonía que se produce tras la presión del trabajo. Tanto ricos como pobres deseaban un ambiente humilde y austero donde desarrollar mejor la meditación por lo que, aunque en un principio nacía como una variante-mezcla de los anteriores estilos, finalmente adquirirá un nuevo impulso volviendo a las raíces de las casas rústicas.
La esencia del Shinden, Shoin y Sukiya consiste en una progresiva eliminación de la ornamentación y lo superfluo hasta lograr el verdadero estilo “austero”, el Sukiya, donde la belleza está en la sobriedad de los componentes que en conjunto forman un espacio casi poético. Así los muebles son escasos y de poca importancia en comparación al valor que se le dan en occidente.
Las casas de Lacaton y Vassal, por cómo están concebidas, comparten esa misma sensación, donde no importa qué tipo de decoración se use porque su belleza la toman de la propia arquitectura y de su sencillez, conectando directamente con el factor más puro de una visión antimaterialista y sostenible de la arquitectura.